Quema de libros digitales

quema de libros digitales

El viernes pasado, durante la Filuni (Feria del Libro de las Universitarias y los Universitarios) presentamos El cautivante fulgor de los libros ardiendo: doce episodios para una historia de la quema de libros en México de Sebastián Rivera Mir, editado por la Universidad Autónoma Metropolitana. Un libro por demás interesante y provocador que nos invita no sólo a conocer la historia de la quema de libros en México durante el siglo XX y lo que llevamos del actual, también nos invita a conocer el contexto de cada quema y los simbolismos detrás de cada una de ellas.

Más allá de escandalizarnos, hay un sinfin de reflexiones a la que nos invita este libro: quiénes queman libros, por qué los queman, el libro al ser vehículo de ideas siempre va a resultar peligroso para quien no comulgue con esas ideas. Pero también quemar libros como una manera de cerrar ciclos y dar la bienvenida a algo nuevo, quemar los propios libros como medio de protesta, etc. 

Para el propósito de este post me quiero quedar con el capítulo final, 12. Detrás del fulgor o la página en blanco, en el que el autor se pregunta y nos pregunta cómo serán las quemas del futuros, ese futuro donde el libro ya no es exclusivamente un objeto físico, sino uno digital.

¿Arderán acaso los lectores virtuales o e-readers en enormes piras en medio del Zócalo? […] ¿Los libros colgados en plataformas de libre descarga podrán ser incinerados por las policías del conocimiento?

Nos pregunta Rivera Mir y, aunque algo se esbozó durante la presentación del libro, no quiero pasar la oportunidad de responder a algunas de las preguntas del capítulo final.

Sobre las distintas formas de quema de libros digitales

Ese futuro ya está aquí y veo con cierta preocupación como las preguntas se materializan en una quema donde no hay libros físicos, pero sí quemas simbólicas que nos hablan no sólo del riesgo que siguen teniendo los libros como vehículos de ideas, sino también de los retos y peligros que enfrentan los formatos no tradicionales que también viven sus propias piras cuando se pone en riesgo el acceso, la distribución y la preservación:

  • Cuando las y los lectores no pueden prestar, regalar, revender, descargar o donar los libros electrónicos que adquirieron, porque no adquirieron el libro, sino el acceso. Y ese acceso puede finalizar cuando la editorial lo decida. Así vemos cómo las bibliotecas digitales personales no tienen ningún futuro una vez que su dueño ya no esté en este plano, o simplemente haya desaparecido la app donde leía esos libros, se descontinue un dispositivo de lectura que utilizaba, cambie de dispositivo o no recuerde la contraseña.
  • Cuando empresas como Amazon, al vender libros digitales sobre los que no tiene derechos de distribución como fue el caso de Rebelión en la granja y 1984 de George Orwell, accede a los dispositivos Kindle de sus usuarios para borrar el archivo por el que el usuario pagó. 
  • Cuando los dispositivos de lectura no garantizan la privacidad de los lectores y conocen el comportamiento de lectura de sus usuarios.
  • Cuando un usuario no puede leer el libro que “adquirió” en el dispositivo que desea, porque las plataformas y apps de lectura son ecosistemas cerrados.
  • Cuando las bibliotecas no pueden dar acceso a los acervos digitales de manera permanente, ya que sólo tienen la posibilidad de adquirir licencias de uso que se limitan a cierto número de préstamos o a un determinado periodo. Esto a su vez imposibilita a las bibliotecas el cumplir con una de sus tareas más importantes, la preservación y acceso al patrimonio documental, poniendo en riesgo cuatro derechos digitales de las instituciones de la memoria
  • Cuando proyectos de preservación y acceso como Internet Archive se ve imposibilitada para digitalizar y utilizar modelos como el Préstamo Digital Controlado, pues las editoriales no le permiten realizar estas copias digitales.
  • Cuando estos mismos proyectos no pueden preservar series de televisión, películas, noticieros, programas de radio de las últimas décadas pues quienes tienen los derechos no lo permiten, pero tampoco hacen nada para garantizar la permanencia de estos contenidos.
  • Cuando no podemos acceder al libro porque no está disponible en mi región, a pesar de que al tratarse de un archivo digital esto debería ser algo inmediato en cualquier lugar. 

Y así podría seguir enumerando ejemplos de quema de libros digitales y donde vemos que, casi siempre, están en manos de las propias editoriales y aunque tengan menos que ver con ideologías, lo cierto es que impiden el acceso a los lectores. 

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